por Alejandro Bekes
Decir que toda lectura es anacrónica puede parecer obvio, pero conviene no olvidarlo, si queremos ser justos al considerar una escritura lejana en el tiempo (o no tan lejana), así como al medir el efecto que nos causa la traducción y la interpretación de un texto distante. Toda lectura es anacrónica y en última instancia subjetiva, salvo que sea la repetición escolar de la lectura de otro. También lo será la mía, me temo, y por eso mismo no pretende agotar ningún tema ni cerrar el hermoso juego de las resonancias de dos grandes poemas (de tres) en la mente y en la sensibilidad de sus lectores.
En el número 44 de Hablar de Poesía, Martina Fernández Polcuch publica su notable traducción del poema When you are old, de William Butler Yeats, con una valiosa introducción donde explica el contexto de creación del poema, su publicación en dos momentos –1891 y 1892–con variantes dignas de atención, y el diálogo que sin duda establece con el soneto Quand vous serez bien vieille, de Pierre de Ronsard (1524-1585), cuyo espectro semántico evoca. Examinemos ante todo esta semejanza.
Ronsard, desdeñado por la bella Hélène, a quien dobla en edad, le dice que, cuando ella también llegue a la vejez, sentirá una nostálgica admiración al recitar los versos que la nombran; sentirá la emoción sobrecogedora del tiempo, el misterio de la edad, al comprobar, en esos versos que no envejecen, que ella fue en un tiempo hermosa y celebrada; dirá entonces, maravillándose: Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle. Me he pasado la mitad de la vida buscando un equivalente en castellano de este verso, que pueda, siquiera de lejos, transmitir la vibración del original, que se desvanece aun si el traductor busca mantener el ritmo y las rimas; la emoción que nace del contraste entre los versos que perduran incólumes y el rostro que fatalmente envejece, pero que dicha en otro idioma, por no sé qué magia de los contagios sonoros, parece trivial. En realidad, creo que nadie recogió mejor esa emoción que Enrique Banchs, en uno de los sonetos de La urna (1911), del que hablaré al final.
El primer cuarteto de Ronsard, como decía, establece esa anticipación de la vejez futura de su amada, no sin un perceptible fondo de exhortación pro domo sua: un día ella será vieja como el poeta lo es ahora: ser viejo no es un pecado, después de todo. El atisbo se vuelve explícito, no en el segundo cuarteto, que refuerza el sentido del primero, sino en los tercetos: cuando ella sea vieja, el poeta sin duda estará muerto, “y por las sombras de mirtos tomará su reposo” (el mirto estaba dedicado a Venus); ella, entonces, añorará ese amor que la celebró y lamentará el orgulloso desdén que la movió a rechazarlo. Por eso, concluye el poeta, no le conviene esperar a mañana, sino recoger desde hoy las rosas de la vida. Como bien señala Martina en su trabajo, este final se limita a recrear bellamente un tópico: una forma tardía del carpe diem horaciano, que llegó a la tradición como collige, virgo, rosas (“recoge, muchacha, las rosas”); otra cosa no se esperaba de un poeta en el siglo xvi: ahí está Garcilaso que no me deja mentir; y esto no empequeñece a Garcilaso ni a Ronsard; el valor de un poema no depende esencialmente de la originalidad de los conceptos o de los temas que expone, sino de algo mucho menos ponderable y más complejo.
Copio ahora el soneto en cuestión y una traducción propia, a la que he llegado, o a la que me he resignado, después de años de buscar una mejor.
QUAND VOUS SEREZ BIEN VIEILLE…
Quand vous serez bien vieille, au soir à la chandelle,
Assise auprès du feu, dévidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous émerveillant :
“Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle.”
Lors vous n’aurez servante oyant telle nouvelle,
Déjà sous le labeur à demi sommeillant,
Qui au bruit de Ronsard ne s’aille réveillant,
Bénissant votre nom de louange immortelle.
Je serai sous la terre, et fantôme sans os
Par les ombres myrteux je prendrai mon repos :
Vous serez au foyer une vieille accroupie,
Regrettant mon amour et votre fier dédain.
Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain :
Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie.
CUANDO ESTÉS YA MUY VIEJA…
Cuando estés ya muy vieja y a la luz temblorosa
te sientes junto al fuego devanando e hilando,
al recitar mis versos dirás, rememorando:
“Ronsard me celebraba cuando aún era hermosa”.
Alguna criada entonces, al sentir tu añoranza,
ya por la fatigosa labor medio dormida,
al rumor de Ronsard despertará encendida
para rodear tu nombre de inmortal alabanza.
Yo iré bajo la tierra, fantasma silencioso,
y entre sombras de mirtos buscaré mi reposo:
tú serás junto al fuego una anciana sumida
y añorarás mi amor y tu arrogancia vana.
Créeme, vive hoy; no esperes a mañana:
recoge desde ahora las rosas de la vida.
Pasemos ahora a Yeats; Martina Fernández Polcuch logra una convincente versión en endecasílabos, sin rima, de los pentámetros yámbicos rimados de Yeats. Al contrastar ambos poemas, considera, con justa razón, que el poema de Ronsard está centrado en Ronsard: lo que a Ronsard le interesa, lo que subraya, es que sus versos y su nombre perdurarán, cuando Helena haya envejecido y él mismo esté muerto. Sus versos son un homenaje a la belleza de Helena, pero también una elaborada y triste revancha. En la implacable carrera del tiempo, la belleza literaria tiene las de ganar. (Si el asunto diera para bromas, diría que es un long seller, contra el best seller de la imperiosa y efímera belleza física.) En cambio, señala también la traductora, Yeats de verdad ama a la mujer del poema, que en la vida real se llamaba Maud Gonne, y en ella se concentra, y en lo que ella sentirá al final de su vida: sin nombrarse él mismo, sin augurarse la inmortalidad literaria. Se diría, entonces, que lo que Yeats toma de Ronsard se limita al incipit –“Cuando estés vieja”– y a la escena de la mujer amada, vista en su ancianidad, junto al fuego. Es esto, sin embargo, lo esencial; es esto lo que Ronsard encontró y sin lo cual tampoco Yeats habría escrito lo que ha escrito: una imagen poética, cargada de drama humano, de pasión y de compasión. El fuego allí es central; en el invierno de la vida, al fuego que una vez ardió dentro del cuerpo ahora hay que buscarlo junto al hogar, inclinándose para recibir su calor, para beber lo que ahora no puede estar sino afuera. Helena puede encontrar en los versos de su antiguo amante algo semejante a lo que irradian las ascuas ardientes. Un sagrado recuerdo de la vida.
Ahora voy a copiar, sólo para no quedar exento de críticas, mi propia versión del poema de Yeats, en alejandrinos sin rimas, precedida del original.
WHEN YOU ARE OLD
When you are old and grey and full of sleep,
And nodding by the fire, take down this book,
And slowly read, and dream of the soft look
Your eyes had once, and of their shadows deep;
How many loved your moments of glad grace,
And loved your beauty with love false or true,
But one man loved the pilgrim soul in you,
And loved the sorrows of your changing face;
And bending down beside the glowing bars,
Murmur, a little sadly, how Love fled
And paced upon the mountains overhead
And hid his face amid a crowd of stars.
CUANDO ESTÉS VIEJA
Cuando estés vieja y gris y, abrumada de sueño,
te inclines junto al fuego, toma este libro y lee,
lee despacio y sueña con la suave mirada
que tuvieron tus ojos y sus profundas sombras;
cuántos amaron tu hora de gracia y de alegría
y amaron tu belleza con amor falso o cierto;
pero un hombre en ti amó tu alma peregrina
y amó las aflicciones de tu cambiante rostro;
y encorvándote cerca de las brillantes barras
murmura, un poco triste, cómo se fue el amor
y pasó por encima de las altas montañas
para esconder su rostro tras un millar de estrellas.
Dije al principio que toda verdadera lectura es subjetiva. Conocí el poema de Ronsard hace bastante más de treinta años. Éramos cinco o seis personas jóvenes cenando en casa de un amigo; de pronto, ya cargados de vino y de larga trasnoche, la esposa apareció con una magnífica fuente de spaghetti que repartió generosamente. En ese momento glorioso, en el traspatio, junto a la piscina quieta, de repente mi amigo se puso de pie y recitó: Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle… El sonido de su voz en el final de la noche recreaba en honor de los invitados aquella antigua música. ¿Cómo olvidar aquel momento, ahora que mi amigo ha entrado también en la sombra de los mirtos y su voz ya no puede oírse en este mundo? ¿Cómo no atesorar el soneto de Ronsard, donde ahora, además de la música de los versos, sigue sonando para mí la voz del amigo? Elegir entre Ronsard y Yeats, por otra parte, sería para mí tan imposible como elegir entre Garcilaso y Darío. No hay por qué elegir. Desde cierto ángulo, no puedo sino coincidir con Martina en que hay una mayor nobleza de sentimientos en Yeats; hay mayor profundidad también; pero el sentimiento del tiempo es más intenso, creo, en Ronsard.
En 1911, en Buenos Aires, un poeta genial que sólo tenía 23 años, Enrique Banchs, publicó su cuarto y último libro de poemas; viviría hasta los 80, pero no volvería a publicar sino poemas sueltos en revistas y diarios; nunca más un volumen de poesía. El libro, La urna, comprendía cien sonetos dedicados a un tema único, excluyente, obsesivo: un amor imposible. Banchs, en su libro anterior El cascabel del halcón (1909), había intentado recrear formas y estilos de la Edad Media; uno podría quizá suponer que, al escribir dos años después el soneto que voy a citar, pudo proponerse imitar a un poeta del Renacimiento; pero a mi entender estaba muy lejos de esa intención; el soneto no es perfecto (en buena lógica, lo que dice el segundo cuarteto iría mejor en el primer terceto); es emoción pura; se siente el pulso de la mano joven y enamorada que lo escribe, se siente el dolor del amor no correspondido, sin sombra de reconstrucción arqueológica. Banchs va más allá de lo que había ido Ronsard: no sólo imagina la vejez de su amada, sino que la supone ya muerta –haciendo honor en esto, quizá, al nombre de su trágico libro. Al final, en una palabra repetida (una palabra muy llana: un adverbio de tiempo), se cifra, o así lo siento, la vibración que estaba también en el verso intraducible de Ronsard. Quizá ésta sea la única auténtica “traducción” de poesía: el poema recreado sin intención de recrearlo, por pura afinidad espiritual, sin premeditación, tomando del precedente apenas la materia indispensable para reconstruir el misterioso fantasma que llamamos sentido. Y basta. Aquí está Banchs:
La firme juventud del verso mío
como hoy te habla te hablará mañana.
Pasa la bella edad, pero confío
a la estrofa tu bella edad lejana.
Y cuando la vejez tranquila y fría
de color virginal te haga una aureola
no sabrá tu vejez mi estrofa sola
y te hablará cual pude hablarte un día.
Y cuando pierdas tu belleza, aquella
adolescente, el verso en que te llamo
te seguirá diciendo que eres bella.
Cuando seas ceniza, amada mía,
mi verso todavía, todavía
te dirá que te amo.