LEYENDO

Anne Sexton – La verdad que los muertos saben

Anne Sexton – La verdad que los muertos saben

Traducción de Juan Maisonnave y Mariano Dagatti[1]

 

Nuestro primer encuentro ocurrió en el invierno de 1957. De aquella vez, recuerdo a una Anne Sexton alta, de ojos azules, increíblemente delgada, su cabello oscuro cuidadosamente peinado y decorado con flores, su rostro maquillado con destreza, como una modelo. De hecho, había modelado por un breve tiempo para la agencia Hart, en Boston. Aros y pulseras, perfume francés, tacos altos, labial y uñas haciendo juego, todas sofisticaciones intimidantes para la atmósfera de tiza, humedad y zapatos de goma del Centro de educación para adultos de Boston donde nos habíamos anotado en el taller de poesía de John Holmes. La poesía –ambas éramos principiantes ambiciosas– y la proximidad –vivíamos en el mismo suburbio– nos unieron. Como amigas íntimas y compañeras de profesión, estuvimos intensamente comprometidas con la escritura y el bienestar de la otra hasta el día de su muerte, en el otoño de 1974.

            Los sucesos de la vida turbulenta y caótica de Anne Sexton son bastantes conocidos; ningún otro poeta norteamericano de su tiempo había ventilado públicamente tantos detalles de su vida privada. Mientras que la franqueza de sus confesiones atrajo muchos lectores, especialmente mujeres, quienes se identificaron con el aspecto femenino de los poemas, algunos poetas y críticos –la mayoría hombres, aunque no exclusivamente– se sintieron ofendidos. Para Louis Simpson, que escribía en Harper’s Magazine, “Menstruación a los cuarenta” fue “la gota que colmó el vaso”. Años antes de escribir Deliverance, best seller que incluía una escena de violación homosexual explícita, James Dickey, que escribía en el NYTBR, destruyó los poemas de All My Pretty Ones: “Resulta difícil encontrar otro escritor que vuelva con tanta insistencia a los patéticos y asquerosos aspectos de la experiencia corporal…”. En un lacónico elogio, Robert Lowell declaró, con notable ambivalencia: “En uno o dos de sus libros se tuvo confianza. Después, escribir se convirtió en algo muy fácil o muy difícil. Su escritura se volvió pobre o exagerada. Muchos de sus más vergonzosos poemas hubieran sido fascinantes si alguien los hubiera usado como epígrafes, para presentar a un personaje, no a la autora”. Rápidamente, el trabajo de Sexton dividió aguas y enfrentó bandos opuestos en la prensa escrita, en encuentros literarios y en las aulas universitarias.

            Sin embargo, el terreno para los poemas confesionales de Sexton había sido convenientemente preparado. En 1965, en su Howl, Allen Ginsberg declamaba:

 

He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas (…)

en los escalones de granito del manicomio con las cabezas rapadas y un discurso suicida de arlequín, exigiendo una lobotomía instantánea,

y recibieron en cambio el concreto vacío de la insulina metrasol electricidad hidroterapia psicoterapia terapia ocupacional pingpong & amnesia…

 

            Cuando Sexton empezó a trabajar en su línea confesional, W. D. Snodgrass ya había publicado su premiada colección, Heart’s Needle, que incluía detalles de su divorcio y su pelea por la custodia de los hijos. Sylvia Plath y Robert Lowell producían sus propios registros autobiográficos de alienación, desesperación, anomia y locura. En una nota introductoria a su libro The Dream Songs, John Berryman hablo de “un personaje imaginario (no el poeta, no yo)… que ha sufrido una pérdida irreversible y habla de sí mismo a veces en primera persona, otras en tercera, a veces incluso en segunda…”. No engañó a nadie. El uso del le moi venía siendo cultivado por los suplementos literarios de todas partes. Es curioso que las expresiones por lejos más violentas hayan sido reservadas para Sexton.

 

(…)

 

QUERER MORIR (LIVE OR DIE, 1966)  

Ya que preguntás, la mayoría de los días no me acuerdo.
Camino con mis vestidos, sin marcas de ese viaje.
Después el deseo casi innombrable regresa.

Ni siquiera entonces tengo algo contra la vida.
Conozco bien las briznas de hierba de las que hablás,
los muebles que pusiste bajo el sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.
Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca se preguntan por qué hacerlo.

Dos veces me dije ingenuamente,
he poseído al enemigo, he devorado al enemigo,
me apropié de su oficio, de su magia.

De esta manera, pesada y pensativa,
más caliente que el agua o el aceite
conseguí dormir hasta babearme.

No pensé en mi cuerpo cuando me pincharon.
Hasta la córnea y los restos de orina se fueron.
Los suicidas ya han traicionado a su cuerpo.

Nacidos muertos, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los chicos mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!,
eso, en sí mismo, se convierte en una pasión.
La muerte es un hueso triste; estropeado, dirías,

y sin embargo me espera, año tras año,
para deshacer tan delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su cruel prisión.

Como equilibristas, los suicidas a veces se encuentran,
furiosos con el fruto, una luna inflada,
dejando el pan que confundieron con un beso,

dejando el libro abierto en cualquier página,
algo sin decir, el teléfono descolgado
y el amor, sea lo que fuere, una infección.

 

Wanting to Die // Since you ask, most days I cannot remember. / I walk in my clothing, unmarked by that voyage. / Then the almost unnameable lust returns. // Even then I have nothing against life. / I know well the grass blades you mention, / the furniture you have placed under the sun. // But suicides have a special language. / Like carpenters they want to know which tools. / They never ask why build. // Twice I have so simply declared myself, / have possessed the enemy, eaten the enemy, / have taken on his craft, his magic. // In this way, heavy and thoughtful, / warmer than oil or water, / I have rested, drooling at the mouth-hole. // I did not think of my body at needle point. / Even the cornea and the leftover urine were gone. / Suicides have already betrayed the body. // Still-born, they don’t always die, / but dazzled, they can’t forget a drug so sweet / that even children would look on and smile. // To thrust all that life under your tongue!– / that, all by itself, becomes a passion. / Death’s a sad bone; bruised, you’d say, // and yet she waits for me, year after year, / to so delicately undo an old wound, / to empty my breath from its bad prison. // Balanced there, suicides sometimes meet, / raging at the fruit a pumped-up moon, / leaving the bread they mistook for a kiss, // leaving the page of the book carelessly open, / something unsaid, the phone off the hook / and the love whatever it was, an infection.

 

 

LA VERDAD QUE LOS MUERTOS SABEN (ALL MY PRETTY ONES, 1962)

Para mi madre, nacida en marzo de 1902, muerta en marzo de 1959
y para mi padre, nacido en febrero de 1900, muerto en junio de 1959

Murió, digo, y del templo ya me alejo
sin procesión a la tumba inclemente,
vayan solos los muertos y el cortejo.
Es junio. Ya me cansa ser valiente.

Conducimos al Cabo. Yo me entierro
donde el cielo y el sol rojo se hieren
y el mar se mece cual portal de hierro
y lo tocamos. Mientras, otros mueren.

Amor, el viento azota sin piedad
trae agua inmaculada que al tocar
nos conmueve. Ya no hay soledad.
Muchos, por esto, llegan a matar.

¿Qué pasa con los muertos? Sin calzado
en sus barcos de piedra yacen, ellos
piedra también, como un mar congelado.
No son santos; nudillos, ojos, cuellos.

 

THE TRUTH THE DEAD KNOW // For my mother, born March 1902, died March 1959/ and my father, born February 1900, died June 1959 // Gone, I say and walk from church, / refusing the stiff procession to the grave, / letting the dead ride alone in the hearse. / It is June. I am tired of being brave. // We drive to the Cape. I cultivate / myself where the sun gutters from the sky, / where the sea swings in like an iron gate / and we touch. In another country people die. // My darling, the wind falls in like stones / from the whitehearted water and when we touch / we enter touch entirely. No one’s alone. / Men kill for this, or for as much. // And what of the dead? They lie without shoes / in their stone boats. They are more like stone / than the sea would be if it stopped. They refuse / to be blessed, throat, eye and knucklebone.

 

[1] Esta entrada del Portal Web es un fragmento del artículo “Anne Sexton – La verdad que los muertos saben” publicado en el número #43 en papel de Hablar de Poesía. Ese artículo consiste en la traducción de “Cómo fue”, un texto que Maxine Kumin, poeta y narradora norteamericana, amiga de Sexton, escribió como introducción a la edición de The Complete Poems de Anne Sexton (Houghton Mifflin Company Boston, 1981), seguida por una selección de ocho poemas. Se presenta aquí un fragmento del texto de Kumin y dos poemas de Sexton.

 


RELACIONADAS