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Algunos libros recientes (noviembre 2020)

Algunos libros recientes (noviembre 2020)

LA CANCIÓN DEL ARROZAL – RANAS, CIGARRAS, LIBÉLULAS, MARIPOSAS, LUCIÉRNAGAS Y GRILLOS EN LA POESÍA JAPONESA (También el caracol, 2020) de Lafcadio Hearn. (Traducción de Mariana Alonso – Introducción de Miguel Sardeña – Ilustraciones de Emanuel Gómez).

 

Lafcadio Hearn (1850-1904) fue un irlandés que en su juventud viajó a Japón y se enamoró del país y su cultura, y decidió radicarse allí y divulgar ese amor. Desde la remota provincia de Izumo fue escribiendo una serie de libros: Exotics and Retrospectives (1898), Shadowing (1900), A Japanese Miscellany (1901), Katto (1902) y Kwaian (1904), por ejemplo, que fueron fundamentales para la divulgación en occidente de un Japón romántico y exótico. El libro (¡qué lindo el título!) es una antología de distintos ensayos de su autoría que ponen en el centro la reflexión sobre la poesía japonesa, y en particular su relación con la naturaleza a partir de los animales que aparecen en el subtítulo del libro. Compartimos algunas páginas:

 

LUCIÉRNAGAS

I

Mc gustaría hablarles de luciérnagas, pero no desde un punto de vista entomológico. Si alguien está interesado en el aspecto científico, y así debería ser, puede aprender de un profesor japonés de biología que da conferencias en la Universidad Imperial de Tokio. Firma como “S. Watase” (la “S” corresponde a Shozaburo), fue profesor y estudiante de ciencia en Estados Unidos, donde se publicaron varias de sus charlas acerca de la fosforescencia y la electricidad animal, acerca de los órganos productores de luz de insectos y peces, y otros hermosos temas de la biología. El puede contarles todo lo que se sabe sobre la morfología de las luciérnagas, su fisiología, su fotometría, la química de su sustancia luminosa, el análisis espectroscópico de su luz y la importancia de dicha luz en términos de vibración del éter. Por experimentación, puede mostrarles que, bajo condiciones normales de temperatura y ambiente, el número de pulsaciones luminosas producida por una determinada especie japonesa de luciérnagas promedia veintiséis por minuto; y que su número puede aumentar a sesenta y tres si el insecto se asusta. También puede probar que otra especie más pequeña, cuando se la atrapa en la mano, aumenta la cantidad de pulsaciones de luz a más de doscientas por minuto. Él sugiere que la luz podría revestir algún valor de protección para el insecto, como los colores de advertencia de determinados ciempiés venenosos o mariposas, porque la luciérnaga tiene un sabor muy amargo que los pájaros parecen rechazar. Observa que a las ranas no les molesta su feo sabor: llenan sus fríos estómagos de luciérnagas hasta que la luz atraviesa su piel, como la luz de una vela brilla a través de una jarra de porcelana. Les sirva como modo de protección o no, las luciérnagas parecen usar su pequeño dínamo de muchas formas. Como fototelégrafo, por ejemplo. Del mismo modo que otros insectos conversan a través del sonido o del tacto, la luciérnaga expresa sus emociones a través de sus pulsaciones lumínicas: su discurso es en una lengua de luz. Solo les doy algunos indicios de las características que tienen las clases del profesor, que nunca son meramente técnicas. Gran parte de este ensayo no científico, en especial en lo que respecta a la captura y venta de luciérnagas en Japón, se lo debo a algunas de las exquisitas conferencias que dio el año pasado en Tokio.

 

II

La escritura actual del nombre japonés para luciérnaga (hotaru) está compuesta por el ideograma de “fuego” duplicado sobre el ideograma de “insecto”. El origen del nombre es, sin embargo, dudoso; y se han sugerido diversas etimologías. Algunos estudiosos creen que el significado original apelaba al sentido de “la primera hija del fuego”; “otros sostienen que, en sus orígenes, el nombre estaba compuesto por sílabas que significaban “estrella” y “gota”. Los sentidos más poéticos, me temo, son los menos probables. Pero cualquiera fuera el primer significado de la palabra hotaru, no hay duda de la naturaleza romántica de algunos de los nombres folclóricos con los que todavía se conoce a este insecto. Hay dos especies de luciérnagas que se reparten por todo Japón, conocidas popularmente como Genji-botaru y Heike-botaru: o sea, “la luciérnaga Minamoto” y “la luciérnaga Taira”. Según la leyenda, estas luciérnagas son los fantasmas de los antiguos guerreros de los clanes Minamoto y Taira; que incluso en su forma de insectos, recuerdan la horrible guerra que los enfrentó en el Siglo XII. Una vez al año, en la noche del vigésimo día del cuarto mes, entablan una gran lucha en el río Uji. Por eso, todas las luciérnagas que se conservan en cautiverio deben ser liberadas ese día, para que puedan formar parte de la batalla. La luciérnaga Genji-botaru es la más grande de las luciérnagas de Japón, al menos si no se incluyen las islas Ryúkyú. Se la encuentra en casi todo el país, desde Kyushu hasta Oshu. La luciérnaga Hezke-botaru abunda más hacia el norte, y es especialmente común en Yezo; pero también se la puede encontrar en las provincias centrales y del sur. Es más pequeña y emite una luz más débil. Las luciérnagas que venden los mercaderes de insectos en Tokio, Osaka, Kioto y otras ciudades, son de las más grandes. Los observadores japoneses describen la luz de ambas especies como “del color del té” (cha-iro). El tinte más común de la infusión, cuando la hoja es de buena calidad, es de una tonalidad amarilla verdosa. Pero la luz de la luciérnaga Genji es tan brillante que solo un ojo experto puede detectar el color verdoso; a primera vista, el resplandor se ve amarillo como la llama de un fuego. Su brillo no ha sido exagerado en el siguiente hokku:

Un resplandor de fuegos festivos
o el brillo de las luciérnagas.
¡Es el Genji!

Kegaribi mo
hataru mo hikaru
genji kana

 

 

         Si bien los nombres de Genji-botaru y Heike-botaru todavía se siguen usando, a ambos insectos se los conoce también por otros nombres folcklóricos. En distintas provincias, a la luciérnaga Genji se la llama o-botaru, o “gran luciérnaga”; ushi-butaro, o “luciérnaga buey”; kuma-botaru, o “luciérnaga oso”.

 

(…)

 

 

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1864 (Ediciones UNL, 2020) de Osvaldo Aguirre.

En 2019 Osvaldo Aguirre ganó, con su obra 1864, para la categoría obra inédita, el Premio Provincial de Poesía “José Pedroni” que homenajea la figura del icónico poeta nacido en la ciudad de Gálvez en 1899, cuya vida y obra –luego de un paso por Rosario– transcurrió en la ciudad de Esperanza.

Dice la contratapa: “1864 es un libro elegíaco acerca de un mundo rural pretérito y de las íntimas voces parentales, pero una elegía que, al evocar, nombra con la fuerza de una aparición, de un recuerdo intenso, vívido y material —como la onza de oro que el bisabuelo, nacido en 1864, legó a las generaciones siguientes.

La sabia estructura en cuatro partes de este libro, con un aire novelesco que entreteje poemas en prosa y luego narra en verso, y va y vuelve, asimismo se acerca y se aleja de la figura central, el padre, para reconstruir la vida cotidiana en su ausencia.

Lo que resta es cada poema: anécdota o relato que de pronto se desprenden de la narratividad y su circunstancia, y nos llevan a otra parte, el lugar donde todo lo perdido nace otra vez en la poesía.”

Compartimos un poema:

Seguramente mi padre se habría enojado de saber que el cura párroco apareció en el velatorio. Pero no fue por él, sino por los otros.

 

El cura reunió a algunas personas en una habitación lateral a la sala donde se exponía el cuerpo, las hizo rezar y pidió una contribución antes de retirarse.

 

El bobo estuvo más tiempo.

 

El bobo no articulaba palabras completas. Pero sonreía y hacía gestos, y así ponía un poco de distensión en el ambiente. Saludaba a cada uno que llegaba, como si fuera un maestro de ceremonias, o como si él fuera uno de los familiares.

 

Lo perdí de vista cuando salió el cortejo.

 

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PROMETEO ENCADENADO (gogymagog, 2020) de Julia Sarachu.

Dice la contratapa: “La presente antología contiene la poesía reunida de Julia Sarachu, publicada e inédita, que fue organizada por la autora como un libro único. Prometeo encadenado se propone como síntesis del devenir histórico del sujeto lírico a través del siglo XX, precipitado en profunda incertidumbre hacia el siglo XXI. El libro plantea la tragedia del hombre contemporáneo que, buscando ampliar el campo de su libertad y capacidad de acción, finalmente produce su propia esclavitud, el encierro y la sujeción a las máquinas y sistemas que él mismo ha creado para imponerse sobre la naturaleza y superar el condicionamiento de las necesidades materiales. La estructura social se ha quebrado, y cada fragmento empieza a girar sobre sí mismo. El sujeto queda aislado a pesar de la interacción, que es formal, proyectándose en soledad hacia mundos imaginarios. La antología también incluye una selección de algunos de los mejores poemas de la literatura eslovena traducidos por Julia Sarachu, y ensamblados de modo que presentan el proceso histórico de la cultura eslovena en diez poetas”.

Compartimos un poema:

EL CICLO

El presidente se escapó en avión y descansa
en su fortaleza custodiada,
el jefe de gobierno de la ciudad de punta del este,
los poderosos han decidido que nos matemos
todos contra todos
para volver después de la purga
a restablecer el orden.

Tratamos de huir en auto con nuestro hijo, discutimos,
llevamos escondido lo que pudimos ahorrar,
y la escopeta recortada de mi abuelo;
subimos a la autopista,
en ezeiza un grupo de drogados intenta interceptarlo
saco y disparo ante el estupor de mi familia
y mato a varios,
grito para que arranque, zafamos.

El viaje continúa en silencio,
a vivir en una cueva tierra adentro,
a campo,
cómo los antepasados vascos
que llegaron sin nada a mediados del siglo 19,
y con las uñas cavaron pozos donde guarecerse.

 

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FLECHAS QUE ATRAVIESAN LA ESPESURA DE LA NOCHE (Liberoamérica, 2020) de Ingrid Bringas.

Dice la contratapa de Vanesa Almada Noguerón, sobre este libro de la mexicana Ingrid Bringas, nacida en Monterrey en 1985: “Transportando lenguajes, rituales, correspondencias privadas y un acervo cadencioso de sueños dentro de otros sueños, atravesamos sin medias tintas los poemas de Ingrid Bringas: pequeños refugios en los que guarecerse de los sin embargo, de las no respuestas, de las nostalgias acarreadas y de los malos hábitos. Leerla es leer un «entretanto», es aprenderse de memoria el ABC de una conducta necesariamente humana mientras se está vivo, mientras se va revelando frente a nosotros un hogar posible en medio de cada desorden. «Quiero ser en este cuerpo un manual de cicatrices», confiesa. La poesía de Bringas demanda un deseo, aproxima voluntades y nos acerca con melancólico encanto a un borde dilatado de inmortalidad. Uno que viene a definirnos no porque lo que creemos estar dispuestos a retener, sino por aquello que elegimos postergar o que ya, insoslayablemente, hemos perdido…”

Compartimos un poema:

CORRESPONDENCIA PRIVADA

La última conversación con mi padre
fue sobre el patio de la casa, miraba lentamente
el árbol
las cerraduras oxidadas, el decía: alguien me espera
como si estuviera en un sueño permanente
y la piel arrugada por el sol
la luz de su lenguaje,
parecía no tener prisa en cada una de sus palabras
pero las palabras se fueron haciendo cenizas
caía el sol sobre las plantas
diluyéndolo todo,
una tarde que alguna vez fue su voz interior
alguna vez fue mi padre
alguna vez fue verano
un eco se apagaba lentamente con el canto de las aves
como la tarde con el pico quebrado.

 

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URGENCIAS DE ENCIERRO (La yunta, 2020) de Cecilia E. Collazo.

Sobre el último libro de la poeta y psicoanalista Cecilia E. Collazo, nacida en La Plata en 1962, apunta en la contratapa Alejandro Cesario: “Poemas que aguzan al ojo y al oído, domeñan la palabra y el ritmo, impelen luz sobre la lobreguez sin escamoteo lingüístico. Collazo desgrana en Urgencia de encierros, una exégesis que subsiste en la aridez, puliendo en pequeños regueros de acequias para desembocar (sin respiro) en lo visceral de la lindura. Versos devanados a una polisemia de imágenes que cimbran en el rigor de la jerga poética, tensan el lenguaje y ratifican ese ciñe semántico de improvisas efigies que de repente nacen y desnacen en pocas líneas, dejándonos en la desnudez con las indelebles huellas e irradiándonos en un diluvio emocional”.

Compartimos un poema:

Escribir con sal de mar, con savia
sobre el espejo del sol dorado

con los restos y resplandores
que lloran ánimas,

escribir con sangre
sobre la piedra,
con aire de pulmón triste
o con la muerte del desolado

escribiré
con los últimos gritos
de los hombres de esta tierra

con el estiércol del mundo
en la boca por renacer.

 

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CARENCIA (Liberoamérica, 2020) de Denise Griffith.

Dice, para comenzar, la contratapa de Daniela Rosito: “Hay una sed de decir que habita en los poemas de Denise Griffith, en este libro que sentencia que ha llegado la hora de la poda de sentimientos. Decimos para no escuchar, porque el silencio es parte de la carencia que nos duele. Hay una voz que se transforma en poesía”.

Compartimos dos poemas:

JUVENTUD DESVENCIJADA

anotó su nombre y número
en un billete de cien pesos
y lo invirtió en mi regalo
me dijo que el billete volvería a mí
en el momento indicado
hasta entonces hasta luego
y el papel regresó diez años después
para encontrarse con nada nuevo en el horizonte
solo una parte de mi juventud desvencijada
hastiada, rara, putrefacta
con un reloj de los noventa en un cajón
que antes daba la hora pero ya no
y solo sirve para guardar chicles
para calmar los nervios

algún día alguien nos bajará el sol y no la luna
y nos quemaremos

 

PULPOS

los pulpos también
pueden ahogarse
en su propia tinta

un pulpo se puso negro
al soñar con la caza
yo me puse violenta
con la pesadilla
de quien atropelló
a mi perra
y la borré
como un niño
que se cubre los ojos
y cree que todo
desaparece

estos poemas
no me reemplazarán
cuando esté
muerta
quiero que me recuerdes
a través de un animal

 

 

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AGÜITA CLARA (Gog & Magog, 2020) de Osvaldo Bossi.

Osvaldo Bossi nació en Buenos Aires en 1960. Agüita clara es el primer libro que publica luego de Única luz del mundo, su poesía reunida (Caleta Olivia, 2019). Apunta Washington Atencio en la contratapa que en este libro: “Un hombre que pisa los sesenta se pregunta cómo se habita la infancia, con qué palabras se nombra la ausencia” y “marca un giro. En el suave oleaje que mueve estas páginas, los poemas se abren en la noche como pequeñas islas: la casa cubierta de luz, el fantasma del padre, el amor entre chicos, los límites del cuerpo, el sueño y la memoria, la escritura como puente entre todas las cosas”.

Compartimos un poema:

EL POETA VIEJO

Soy ese chico
de nueve años, que un día
se calló para siempre.

Escribir no es hablar, es
tender una cuerda
silenciosa. Es irse a otro

país -ni oscuro ni luminoso-
lejos. Es morir y resucitar
al tercer día. Es vivir de otro

 

modo. Ahora que ya cumplo
60, escribo como si
no hubiera escrito una sola

palabra nunca. Descubro
cielos, pozos encantados
en la cocina, mientras revuelvo

la comida o caliento el café.
Si antes estuve solo, ya
no lo estoy. Escribo para mí.

Alegre, aunque esté triste.
O al revés. Ser niño fue algo
hermoso (todavía lo es),

Ser joven, lo mismo. Pero
déjenme con mis años
finales, los poemas finales,

como quien regresa
de un largo viaje
(o no tan largo) pero

regresa, Corno quien
al cerrar los ojos, los abre
y piensa “Es la primera vez

que algo así, tan
extraordinario, ocurre”. Y
apenas lo dice, ya pasó. 

 


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