UNA LÍNEA SIMPLE (Alción Editora, 2020) de Elisa Molina.
Quinto libro de la cordobesa Elisa Molina (n.1961), considerada una de las voces más destacadas de la poesía contemporánea argentina. Una poesía intimista, donde de pronto lo cotidiano se ha convertido en otra cosa. Compartimos dos poemas:
MIRANDO LAS FOTOS DE SALGADO
En mi casa estoy rodeada de libros,
(tantos) y cortinas que tapan
las ventanas. Colchas, toallas y sábanas
perfumadas. Tengo varios calzados
y medias por si hace frío.
Paraguas, piloto, comida
envasada. Tiempo para el futuro,
para albergar miedos más bien abstractos.
ES VIVIR
La tormenta siempre viene desde el sur,
pero en esta habitación, el aire viene
de un ventilador de techo. Así y todo
huele o se imagina el olor de la tierra
húmeda. Vuela todavía en la memoria
el sonido de las primeras ráfagas
cuando peinan las ramas de los árboles,
la menta de la frescura. Alguien dice
en la penumbra de la pieza que pronto
cederá el calor, que se ve amenazante
el horizonte y ella recuerda el derrotero
en círculos de las nubes, tan ajena
a nuestras metáforas ingenuas. Qué
no daría por que la mojara el agua.
**********
METEORO (Random House, 2020) de Julián López.
Después de una larga espera, después de Bienamado (2004), Meteoro es el segundo libro de poemas de Julián López. Dice Gabriela Cabezón Cámara: “Poemas urbanos, melancólicos, amorosos. En ellos transcurren los días del ser hijo y se despliegan los aprendizajes trascendentes de la infancia, intuyéndolos en el susurro sensual entre el padre y la madre o arrancándolos de sus discusiones. Siguiendo los pasos de quien sale a trabajar, de quien cocina y lava y tiende la ropa al sol. Siguiendo los pasos de quien se apura a sacarla antes de que caigan las gotas de una tormenta intempestiva”. Pero además Meteoro se pregunta por la escritura, reflexiona sobre el poema, sobre su posibilidad, sobre la búsqueda individual en el verso, sobre la persecución de algo inasible: qué se puede conservar, retener, albergar después de la muerte, si no hay batatas, si no hay más que recuerdos.
Compartimos dos poemas:
*
Cuando mi madre vivía comíamos
batatas asadas con una cucharita
sentados alrededor del horno
saboreábamos un dedal
de manteca que se iba derritiendo
sobre una lluvia de meteoritos
de sal crujiente mientras la pulpa
dulce y compacta se separaba
de la cáscara seca y las batatas
duraban toda la noche
mientras mi madre vivía.
Hoy las batatas son tan poca
cosa que no existen o son filamentos
ásperos y amargos de la tierra
los hornos se prenden lejos
de las casas porque es mucho
más cómodo que nada
sepa a nada y que la sal sea
causa de toda hipertensión
la gran preocupación del mundo.
*
Mis padres me educaron
en la idea del deseo, su dogma absoluto,
una religión de imperio que palpitaba
pura segunda mitad de siglo
y por la que los psicoanalistas sellaron
su pulsión de tories
su fascinación monoteísta
su obediencia al amo.
Mis padres me educaron
según el instructivo de la época:
el goce de taparse los oídos
y gritar al borde de la inexistencia
yo soy este, no soy ese no vas
a tragarme.
Pero el deseo no transita,
el deseo pasa por las cosas,
las cosas son signos de la palabra
deseo.
Mis padres me educaron
pero a los trece, en un baño,
un hombre me tomó por la nuca y puso su boca
abierta sobre mis labios,
(un hombre abrió la boca
y de ahí salió una lengua
voraz hembra que salió
del hombre).
Un viento nuclear deshojó la casa
desclavó el árbol, echó
al animal al centro del vientre
y no hubo estrategia
ni modo
de que pudiera enfrentar
esa contienda con mis yelmos
de luz superficial.
Porque la verdad no transita,
la verdad pasa por las cosas,
las cosas son signos de la palabra
verdad.
Mis padres me educaron en la idea
del amor, su absoluto, y siempre fui
un perfecto inútil para desbarrancar
a los cuerpos en lo oscuro, tolerar
el ansia de la sangre
devolver la estocada
con la pelvis, con los ojos
con los pies desesperados.
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AMADO SEÑOR (Blatt & Ríos, 2020) de Pablo Katchadjian.
Al igual que en otro de sus libros recientes, El caballo y el gaucho, Pablo Katchajian recurre a la prosa breve para generar unos textos bastante inclasificables que tienen mucho encanto y poesía. En este caso, se trata de una especie de colección de cartas. Dice el final de la contratapa de Guadalupe Salomón: “El escribiente no cree en su interlocutor y se lo advierte, pero su falta de fe lo empuja a un panteísmo del significante: cosa que nombra, cosa a la que le escribe (Amado Escarabajo, Amado Cuchillo, Amado Punto, Amado Cuervo, Amada Nube de Bacterias). Una enciclopedia maravillosa va apareciendo a los ojos del tercero, el lector. Y también una serie de historias y personajes, porque la parábola, más vieja que la literatura, termina por encontrar su lugar. Puede que Dios no exista, pero eso no es motivo para dejar de escribirle. En La ciudad de Dios San Agustín descubre que el alma, o el inconsciente, es indiferente al error: «¿Y si te engañas? Si me engaño, existo; pues quien no existe no puede tampoco engañarse. No me engaño en las cosas que amo; aunque ellas fueran falsas, sería verdad que amo las cosas falsas. ¿Por qué iba a ser reprendido e impedido de amar las cosas falsas?»”.
Compartimos dos de esas cartas:
Amado Señor:
Vuelvo a llamarte así porque tengo que confesarte algo: cuando empecé a hablarte tenía otro plan. El plan era que a partir de mi primera epístola se armara un universo de ficción en el que habría un Señor, vos, y una especie de siervo, yo, y que yo haría cosas y pasarían cosas y yo te contaría lo que iría pasando. Yo. Pero, para mi sorpresa, terminé hablándote directamente a vos. Y tengo que confesarte también que todos los días estoy tentado de abandonar esta conversación e iniciar otra más indirecta. Hoy mismo, por ejemplo, estaba parado en el subte, leyendo, cuando subió un hombre muy barbudo con una caja enorme y la colocó al lado mío, y al hacer esto golpeó accidentalmente mi libro y me pidió disculpas. Después me bajé del subte para hacer una combinación con otra línea y caminé a gran velocidad por los pasillos repletos esquivando personas y llegué a otra estación y enseguida apareció el subte y me subí y me senté, y de repente, justo antes de que el subte arrancara, se sentó al lado mío, en el único asiento que quedaba libre, el hombre barbudo con la caja. No había forma no mágica de que el hombre barbudo llegara a ese subte con su caja al mismo tiempo que yo. Y entonces me pareció que el hombre notó también la coincidencia e imaginé una historia. La historia era la de un hombre que era una especie de príncipe extranjero desterrado que debía viajar con la caja por el subte hasta coincidir mágicamente con la misma personas dos veces; cuando eso pasara, debía revelarle su condición y ofrecerle un poder que estaba en la caja, y con ese poder la persona lo ayudaría a regresar a su reino, un reino negro de terror, muerte y catástrofe que debía ser invertido por la revolución. Pero te confieso que al mismo tiempo que imaginaba esta historia pensaba en contártela a vos, no en crear ese universo para hablarte indirectamente. “¿Por qué?”, me preguntás aunque ya lo sabés. Porque de tanto crear universos para hablarte indirectamente me cansé y me dieron ganas de hablarte directamente. “¿De qué te cansaste?”, me preguntás. Me cansé de narrar, que es seducir, que es como estar en una feria de comidas y artesanías encantando a los que pasan por delante de uno. Y confío en que hablarte directamente por un rato me va a hacer sentir de nuevo el deseo de seducir y encantar en la feria. Porque hablarte a vos directamente es como estar en una cueva, como ser un ermitaño que le habla a un cuervo que no entiende lo que se le dice o que, mejor, entiende todo con desinterés. Y el desinterés sólo es tolerable como promesa del interés. Y el interés sólo es tolerable como amenaza de desinterés. No tolerables, en verdad, sino fascinantes o hipnóticos.
*
Amado Cuervo:
Cuando cumplí dieciocho años, siguiendo una tradición familiar, viajé por lugares desconocidos durante seis meses, totalmente solo y casi sin dinero. Cuando volví mis padres se burlaron cariñosamente de mi delgadez de faquir, de mi ropa andrajosa y de mi pelo endurecido, pero estaban orgullosos de lo que adivinaban que había hecho. ¿Cómo lo hice? Ni yo lo sé. ¿Qué hice? Tengo algunas imágenes y escenas sueltas. Hice algunas cosas que nunca volví a hacer y otras que no volvería a hacer de ninguna manera. Estuve en peligro mortal varias veces, me entregué al juego de la seducción con todo tipo de personas, y también pasé mucho tiempo solo en medio de multitudes o en lugares desérticos. En esa soledad te hablé por primera vez y te vi como un cuervo que me acompañaba subido a mi hombro y me decía cosas al oído. Me decías: “Por ahí no vayas”. O: “Alejate de esta gente”. O; “Acercate a esa mujer”, O: “Aunque no te guste la comida, comela”. O: “Aunque te guste, no la comas”. Eras más astuto que yo, pero creado por mí, por mi parte más astuta, por esa parte astuta destilada hasta lograr la máxima astucia posible, y gracias a vos sobreviví. A veces no estabas en mi hombro sino que volabas, y entonces yo podía seguirte observando tu recorrido. Así encontré hospedaje y lugares seguros para dormir en medio de la espesura o de la basura. Y si bien a veces había otros cuervos, nunca te confundía, porque vos brillabas de una manera especial, como piel húmeda, como charco de aceite, como terciopelo nuevo, como lámpara profesional, como boca abierta y joven, como campo inundado, como uña esmaltada, como sangre sin brotar, como trazo indeleble, como palabras esperadas, como sorpresa anticipada, como plástico sobado, como futuro, como pasado, como presente, como escarabajo, como libro, como cuerpo mojado, como lámina de oro como silencio en soledad, como vísceras, como una mirada dada y recibida, como monedas rebotando en el suelo, como café espeso, como sopa grasosa como un mensaje retrasado, como cosa inanimada que de repente cobra vida. Y yo me acercaba a vos como el cuervo se acerca a lo brillante. Y vos, mientras, te acercabas a lo brillante que para mí no brillaba, porque su brillo era invisible. Y así yo a través tuyo accedía al brillo invisible.
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RETRATOS DE POETAS RUSOS (añosluz, 2020) de Ilyá Ehrenburg. En traducción de Nikita Gusev.
Ilyá Ehrengburg, periodista, escritor y traductor nacido en 1891, escribió Retratos entre 1919 y 1921, a pocos años de la revolución, en una inflexión histórica. Como observa Fulvio Franchi en el prólogo: “Ehrengburg pinta sus Retratos en el preciso momento límite de dos mundos: el de la Rusia que pudo haber sido y el de la Rusia que, en definitiva, fue. En el límite de las ilusiones revolucionarias y las tragedias personales colectivas. Como si hubiese sabido”.
Ehrenburg elige retratar a Ajmátova, Baltrushaitis, Balmont, Blok, Briúsov, Bieli, Voloshin, Esenin, Ivánov, Mandelstam, Maiakovski, Pasternak, Sologub y Tsvietáieva. La experiencia vale mucho la pena, mientras nos dejamos guiar de su mano, cien años después, por este derrotero de la poesía rusa, por sus semblanzas de los poetas contemporáneos en las cuales confluyen la crítica, la anécdota, la digresión e incluso la reflexión sobre la función de la poesía. Dejamos aquí dos de los poemas que eligió incluir:
*
¡Que truenen los pasos de la rebelión!
¡Más altas las cabezas orgullosas!
Con la marea de un segundo diluvio
inundaremos las ciudades del mundo.
El toro de los días es moteado.
Lenta es la carretilla de los años.
Nuestro dios es el correr.
Nuestro corazón es un tambor.
¿Hay oro más celestial que el nuestro?
¿Acaso seremos picados por una bala-abeja?
Nuestras armas son las canciones.
Nuestro oro son las voces estruendosas.
Recuéstate de verde, prado,
extiende un fondo para estos días.
Arcoíris, danos un rayo,
alas para los rápidos corceles.
¡Ven como se aburre el cielo estrellado!
Sin él tejemos nuestras canciones.
¡Eh, Osa Mayor! Demanda
que el cielo nos lleve con vida.
¡Bebe de la alegría! ;Canta!
Por las venas fluye la primavera.
¡Corazón, late para la batalla!
Nuestro pecho es el bronce de los timbales.
Vladimir Maiakovski, 1918.
*
Ya los regalos de los dioses no son los mismos
sobre las costas de un río nuevo
¡Vuelen, palomas de Venus,
por las puertas del atardecer!
Pero yo me recuesto sobre la arena fría,
me iré al día en el que no haya horas…
Como la serpiente que ve su antigua piel,
he superado mi juventud.
Marina I. Tsvietáieva, 4 de octubre de 1921
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LA NOSTALGIA ES UN SELLO ARDIENTE (Llantén, 2020) de Natalia Litvinova.
A diez años de la publicación de su primer libro de poemas, Esteparia, Natalia Litvinova publica La nostalgia es un sello ardiente, que retoma los paisajes rusos con motivo de una niña lejana. En la contratapa Federico Falco dice: “Estos poemas buscan a una amiga perdida, una amiga que quedó en la tierra lejana de otro tiempo y otro país y en la búsqueda tantean, duros y delicados, blindados pero suaves, esa tensa distancia, que a veces es melancolía y a veces es recelo, rechazo. “Las amigas/ absorbemos/ el agua/ de cada una/ como dos dalias/ plantadas cerca” dicen estos poemas, mientras nos dejan espiar esa correspondencia con lo que falta, ese acompañarse fantasmagórico que repasa la vida en común y la vida después, la vida en la soledad de quién extraña y se extraña. Amiga espejo, amiga cómplice que completa y que diferencia, Catalina se vuelve el hueco a quién confiar le la madre, los anhelos y sueños, la idea de un hijo, el pasar cotidiano. Por momentos, la pregunta que se susurra es: ¿Qué habría pasado sí? Pero por debajo, mientras tanto, corre otra, más profunda y esencial: ¿Qué, de todo lo vivido, nos hizo ser lo que ahora busca, lo que ahora habla?”.
Compartimos dos poemas:
QUIERO DESCUBRIRTE LA FOTOGRAFÍA
que guardo en un cuaderno;
dos chicas en una hamaca
que ya no existe.
Tienen pelo trenzado,
parecen hermanas
y bajo sus pies
una dibujó una casa
y la otra agregó las rejas.
Somos nosotras.
Ese día me dijiste:
a partir de hoy,
me criará mi abuela.
El pasado es una hamaca
a la que me subo
y me empujó para llegar a vos
y preguntar qué te hicieron
tus primos aquella noche
mientras tus padres no estaban.
CUANDO CUMPLÍ 8 AÑOS
mi madre bordo una blusa
para cuando te cases, dijo.
A los 20 la encontré en el placar
bajo un montón de ropa.
El bordado parecía nuestro jardín
y las flores blancas se habían marchitado.
Ahora que cumplí 33
la uso para envolver un cuaderno
lleno de historias que escondo.
Esta blusa es piel para el olvido.
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DE FONDO SUENA SIEMPRE WHITNEY HOUSTON (Salta el Pez, 2020) de Pola Gómez Codina.
Para presentar el libro de poemas de Pola Gómez Codina, compartimos un poema y la contratapa que escribió Osvaldo Bossi: “Humildes, íntimos. Así son los poemas de este libro. O mejor dicho, así es la voz que habla en estos poemas, como si conversará con cada uno de nosotros. Y sobre todo, como si conversara consigo misma. Sin ninguna pretensión literaria. Sin grandes ornamentaciones retóricas. Y dentro de esa voz, de esos poemas, la vida de todos los días, los pequeños sobresaltos de amor o de miedo o de incertidumbre que nos despierte el mundo en su dificultad, en su belleza. No sé cómo lo hace Pola, pero mientras leo el libro siento que cada poema es un acto de amor, una secreta comunión con el otro, con los otros (más o menos desamparados, pero siempre entrañables) que habitan su escritura. Eso sí, no se trata de un amor pavo, aunque algo de pavo tenga. Es un amor lúcido y atento a las marcas que lo vuelven vano u opresivo. De esta forma, cada poema (como Sor Juana, como Alfonsina Storni) vuelve a decirle “no” a ciertos mandatos sociales y vuelve a desobedecer. Cada verso es una lámpara que no sólo lleva y trae la luz, sino también la oscuridad. Así vemos lo que nadie ve, o pocos ven. O quizás haya que decir oyen. Porque cada poema es una canción. Una joven y antigua canción, que suena y resuena dentro de una de esas hermosas cajitas de música o “caseteras portátiles” que el tiempo (pero no la poesía) dejó de fabricar.”
AMIGUITA
¿Para quién cantó yo entonces?
Sui Generis
En la cuadra de mi casa
vive María
cada vez que pasó ella me llama
Amiguita
dentro de la casa en esa cuadra donde
María vive yo escribo
este poema
me gustaría sacarle una foto porque tiene
una mirada ruda
intensa
limpia
me gustaría hablar con ella, preguntarle
por el itinerario de su vida
pero soy delicada
y temerosa junto a las hojas de la puerta
sin mirar a María
quién soy
cuando me veo en los vidrios de los autos
cargando con mis bolsas
ecológicas quién soy
cuando bordeo las personas que duermen
en mi esquina
quién soy
por qué lo hago
a quién le escribo
porque no soy
su amiga
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EL LIBRO DE LAS HORMIGAS (Leviatán, 2020) de María Rosa Maldonado.
El último libro de María Rosa Maldonado hace pie en su libro anterior. Así, en las primeras páginas, encontramos un poema de acúfenos (2017): “en cuanto a la cosa en sí/ la hormiga la transporta/ sin susto/ asida con la boca”. Esta es la antesala al camino que abre este libro, donde se desarrolla como en acúfenos una mirada de lo mínimo, de lo animal, lo vegetal, lo mineral, en una voz que mira a la hormiga y por donde también mira la hormiga.
Compartimos dos poemas:
LA FUERZA DE LAS HORMIGAS
dicen que somos fuertes
que podemos levantar veinte
y hasta cincuenta veces nuestro peso
pero lo cierto es que el peso no existe:
el peso —el poder de la gravedad— es solo una creencia
basta un golpecito en el punto de encaje
—cambiar el todopoderoso paradigma—
y va el mundo flotando en su propia sustancia
energía que se levanta
como burbuja al viento
todo es numinoso
la radiación violeta del polonio sus partículas alfa
los mares iluminados por noctilucas
el cuadro móvil de las constelaciones
MECÁNICA CELESTE
salimos de dios —pero ese no es su nombre—
una tras otra siguiendo
el tibio olor de nuestra propia vida
y la maravillosa oscuridad del reino
no sabemos qué significa yo qué significa tú
somos un solo cuerpo abandonado
a su propia
mecánica celeste
nuestra virtud no consiste en saber
sino en seguir y seguir alimentando
el movimiento constante
del gran vientre de la necesidad
somos pequeños monjes de un invisible monasterio
y como los salmones
en un abrazo gravitacional
avanzamos contra la corriente
incesante del caos
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LOS SITIOS DE MI CUERPO (2019, añosluz) de Aixa Rava.
Después de Barda (2014) y La luz no se corta como el papel (2016), este es el tercer libro de Aixa Rava. Los sitios de mi cuerpo se construye en un entramado, una comunidad con el propio cuerpo y con los demás, en la potencia que se encuentra en la acción colectiva (“No, no lo hice sola/ no puedo sola con tanto/ territorio vivo”, reza el poema que da título al libro), en la hermandad, en lo íntimo. Como señala Diego Ravenna en el prólogo: “Con fuerza renovada, la voz poética se afirma múltiple en este tercer libro de la autora, como un inclaudicable lugar de resistencia. Nos recuerda que estamos en el mundo para desobedecer. Y que la palabra poética puede ser un arma de lucha”.
Compartimos dos poemas:
LOS SITIOS DE MI CUERPO
Sitiar tiene impronta latina
y su forma replica la de una muralla.
Sitiar es acción colectiva, individual, acción humana.
Sitiaste una parte minúscula, suelo de mi pelvis.
Sitié entera la corteza donde se alojó el recuerdo.
Sitiamos los ratos libres, las noches de celo
cada vocablo dulce, cada veneno.
Poco a poco cercados
los sitios de mi cuerpo.
No, no lo hice sola
no puedo sola con tanto
territorio vivo.
NOS QUEDAMOS
a Tais
Primera luz del día, oigo las voces
contrapunto en la cocina,
las rebanadas de pan van al horno
y en la mesa pesan dulces y manteca.
Por la ventana un azul dorado
invita a errar entre las piedras
todo el costado musgoso del lago.
De la tierra más austral, del fuego
llegamos
las flores se abrieron antes
de las manzanas, de los duraznos
y este paseo por los cerros
colorados
atrae ese hogar nuevo —de lejos
ya tan nuestro.
La edad no importa en este viaje
te sigo como tantas veces,
me guía tu paso.
Donde hay espinas, ponés cuidado
—no olvido que me cargaste a casa
con un pie atravesado por alpatacos.
En la saliente más roja nos sentamos
las gemelas que no somos
entregan su reflejo al agua
al presente ileso
hombro con hombro
nos quedamos.
***********
SOMBRAS BAJO LA LÁMPARA DE ACEITE (Borde Perdido Editora, 2020) de Mario Nosotti.
Mario Nosotti (Buenos Aires, 1966) ha reunido en este libro sus reseñas periodísticas y ensayos breves de los últimos años, referidos a libros de ensayo, narrativa y sobre todo de poesía. El resultado es un libro preciso y agudo, que nos abre un mapa de lecturas, y una visión panorámica de toda una zona de la poesía reciente. Compartimos la reseña sobre el libro El pronóstico de oscuridad, de Mario Arteca (Bajo la luna, 2013), y un poema suyo:
Mario Arteca (La Plata 1960), que hasta el año 2003 no había publicado ningún libro, es una de las voces más sugestivas e inasimilables de la poesía argentina actual. El pronóstico de oscuridad, su noveno volumen, agrega otro fractal a una obra cuyo espíritu podría condensarse en la pregunta que titula uno de los poemas: ¿Cómo funciona el mundo? Y es que tras lo evidente, tras esas superficies ensambladas, la poesía de Arteca articula su espesor constructivo.
Si bien la mayoría de estos textos orbitan una y otra vez sobre lo conceptual -teorías sobre la realidad, la representación, la memoria, el poema etc- caracterizarlos de este modo es engañoso. Arteca se vale del residuo, de lo circunstancial, para armar mecanismos que creen un sentido rítmico. No se trata de abstraer y fijar enunciados sino de poder habitar (escribir) la naturaleza semoviente de toda concepción: “si existe un planteo, bien, mejor desmentirlo”.
A Arteca le interesa indagar lo discontinuo, mostrar como “la realidad”, los objetos, se sostienen por los vínculos relacionales y utilitarios que nuestra subjetividad les impone. Querer unir las piezas sueltas – o más bien no poder evitar hacerlo- trae consigo consecuencias impensadas: “donde funciona la autoconciencia se construye una moral discursiva”. Y eso es lo que erosiona esta escritura: mensaje, completud, naturaleza misma. ¿Cómo? Retorciendo la lógica argumentativa, prometiendo una visión del mundo y dando miles, explotando una suma de recursos: aglomerar esquirlas de sentido, incrustar diálogos sin toponimia, poner a dialogar citas diversas (Aigui, Klossowski, Ashbery, Wittgenstein, Cioran etc) o, entre párrafo y párrafo , marcas de lo elidido (…), lo sustraído del continuo. La inercia del lector a completar sentido fracasa ante un lenguaje que insiste en sostener eso irrecuperable.
Un poema puede de ser por ejemplo la cita de un poeta que habla sobre de pintura, o una serie de variaciones ligadas por un motivo oscuro – marxismo + conejo deshaciéndose en el caldo de una olla en La Plata-, un listado de veinte reflexiones sobre la composición, o “Una declaración sobre los derechos humanos” absolutamente sui generis. Y cuando la peripecia o el suceso aparecen, lo hacen narrados como por alguien que conoce los nexos, pero no los presenta.
De algún modo, ironizando con el título de uno de los poemas, “Alguna vez escribiré un arte poética”, casi todos los textos de este libro se leen como tales. Hay además observaciones llenas de ironía, referencias sutiles a lo coyuntural, mezcladas con imágenes potentes, que no metaforizan, sino más bien percuten percepciones: “El viento arrecia como si desbandara a fogueos una millonada de alcatraces”. La sombra de Simic, sus juegos de cajas chinas, objetos como marcas del aprendizaje, planean a lo largo del libro.
Si de algún modo, “vivir es soportar la oscuridad”, no es de extrañar la reacción que a algunos les provoca la poesía de Arteca: “Dirán, -sé quiénes son- que todo es debido a ese gusto indirecto por la dificultad”.
VENENO
Recuerda las avispas de cintura ceñida, las más venenosas del planeta. Todo tóxico presiona sobre su antítesis. La incultura de esos pequeños aguijones desalambrando las defensas de un niño.
Recuerda esa remera a rayas, tapiada de veneno después de recolectar higueras en un cañaveral vecino. Por eso la muerte más profunda, dice Cioran, es la causada por la soledad, “cuando hasta la luz se convierte en un principio de muerte.”También recuerda un agujero en la media donde se colaba el infinito. Y en esa luz, los aguijones fueron cuchillos de prueba para la inmunidad de la lengua.
Haber nacido. El abdomen y la remera del chico tienen el mismo motivo, rojo y negro, bajo un cielo de agua de sandía.
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NON SERVIAM EN SAN CRISTOBAAL (Barnacle, 2020) de Marcelo Ajubita.
Dice la contratapa: “El desocupado lector no hallará en Non serviam en San Cristobaal una fuente de felicidad inmediata, sino un problema intelectual para resolver. El aspecto más notorio del libro es el lingüístico: un oscuro castellano ajeno a las ortodoxias, enrevesado y aparentemente inverosímil («entre las tunas y el polvo pasando cerca de una cruz de San Andrés por aquí anduvo Juanito-conejo mordiendo hongos por puro disgusto sabés»). Las factibles alusiones a Milton y a Joyce que supone el título escogido por Marcelo Ajubita representan sólo la punta de un cordel abandonado con propósito deliberado dentro una obra inusitada en el campo de la poesía argentina actual. Como en un jabberwocky, cada palabra tolera múltiples significados y funciona como un inductor de símbolos; pueden semejarse a palabras que el dato enciclopédico recaba, pero no necesariamente con definiciones equivalentes; quien acceda a este volumen habrá de afrontar su propia traducción para mejor leerlo. Una sola advertencia: nada de lo que allí se encuentra replica ni refleja lo que el autor recuerda de su experiencia”.
Compartimos un poema:
FRANKENSTORM
Aquí llegan los comisarios del Señor
con púas y clavos en la lengua
orinando sobre la doctrina ordinaria
vienen a destriparme
con putas y barcos moribundos
puedo verlos a través de la luz negra
en mi cámara de las maravillas
mi odio no los aterra
sino mi silencio idiota
Hey niño, no me abandones
aquí entre lobos sacerdotes
mientras el ángel se aleja
hacia el dormitorio pútrido
soy el idiota que viene por tu hígado
soy el idiota que incendiará tu jardín
soy el idiota que ha venido por todo
lágrimas de vanidad sobre la alfombra
mis ojos matan todo lo que ven
entonces, no te cruces en mi camino
Aquí llega el comisario del Señor
con un elegante escote
ya no hay tiempo para la mentira
en este hospital de lujo
quiero saber quién es
el que está frente a mí en el espejo
mirándome con la furia
de un condenado a muerte
este mundo no me pertenece
lejos de New York y los bosques
los santos han tomado el tren
y las heridas mutilan mi piel
Hey, niño; no me abandones
en medio de cadáveres almorzando
leyendo la Biblia y la Torá
he comenzado la guerra sonora
no hay sushi ni papas asadas en el comedor
la furia está midiendo
al Señor del comisario
porque soy un negador de la muerte
en esta ceniza de Miércoles
mientras las ratas crían jueces
en la laguna
Oh, let me fuck you
antes del fin de los tiempos
LUCYENFERAMA
plaga y enfermedad
Money Money Money
MONEYMAN
encarna la vanidad de Satán
Lucyenferama
mientras el viejo cirujano
prepara la motosierra y el whisky
¿ésta es la enfermedad
que me traerá la salud?
mientras el ángel se esconde
debajo de la cama
he comenzado la guerra sonora
para herir de muerte al fotógrafo
porque tu falta de imaginación me aterra
porque tu exceso de información me paraliza
Lucifer me invoca
y yo ignoro sus regalos
pero no a la enfermera
que trae comida podrida
en una bandeja de jade.
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EL LADO DE LA SOMBRA (Barnacle, 2020) de Diego Colomba.
Dice la contratapa, sin firma: “Marguerite Duras afirmó que «un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado; un libro abierto también es la noche». El lado de la sombra, a través del recuerdo y su añadido de brusquedad y doblez, da cuenta de la nostalgia característica del que percibe la fugacidad de las cosas y el transcurso del tiempo, todas piezas de un ámbito al que no llega la luz en su plenitud y en el cual está vedado percibir los cambios que la claridad ejerce («se pregunta si tiene algún destino lo que hace, si las cosas mismas no se están aprovechando de un hombre de poca voluntad»). Así como las resacas son para quienes dejan de beber, en el mundo a dos colores de una página impresa, el poema supone el último disfraz de un acto marginal y presto a la exclusión. En ese límite o extremo del terreno ya no se sabe y sólo resta imaginar, escribir («Eras un hombre viejo. Sabías el tiempo que cuesta aprender el poder que tienen los deseos»); en esa tierra baldía Diego Colomba construye su propio sendero, extiende su magia”.
Compartimos un poema:
¿QUÉ SIGNIFICA TENER UN POEMA EN LA CABEZA?
Esta mañana
escribí
un poema
efectista.
Como
un cuento
se leía
de una sola
sentada.
Tenía
inicio
nudo
y desenlace.
Y alguno
que otro
indicio
del final.
Un poema
simbólicamente
sencillo
al que no
le sobraba
nada.
Pero
lo guardé
mal
en la computadora:
lo perdí.
Como si
lo hubiera
soñado
intenté
reescribirlo
en la vigilia.
Mi memoria
era la mano
de un chico
que borroneaba
y confundía
los hilos
del poema.
Con torpeza
quebraba
el símbolo
como si
fuera
una cucharita
de madera
hundida
en el helado.
Sin solución
de continuidad
mi poema
original
se había
vuelto
un mito.
Ahora
mis dedos
debían
soplar
las mentiras
de mi mente.
Soplar
hasta volverlas
un poema
posible.