Poetas del #40 I

Compartimos una selección de cuatro de los poetas publicados en papel, en el #40 de Hablar de Poesía: Laura Wittner, Miguel Ángel Petrecca, Rosario Aquebeque y Alejandro Crotto.

 

Laura Wittner nació en Buenos Aires en 1967. Es Licenciada en Letras por la UBA y coordina talleres de escritura. Publicó, entre otros, Las últimas mudanzas (2001), La tomadora de café (2005), Lluvias (2009), Balbuceos en una misma dirección (2011), La altura (2016) y Jueves, Noche -Antología Personal 1996-2016 (2017). Es también autora de libros para chicos: Gato con guantes (2009) y Veo Veo – Conjeturas de un conejo (2015), entre otros.

 

AMPLÍAN FOTOS EN UN CHAT

Mi padre manda fotos de Brasilia.
Dos días después vemos La Paz
desde su habitación de hotel.
En el medio pasó por Buenos Aires
y nos saludamos por teléfono.
¿Todo bien? ¿El trabajo? ¿El avión?
Fotos de San Francisco.
Fotos de Honduras. De Vancouver.
Se mezclan verde y árido
y enseguida se mezclan blanco y cristalino
desde una y otra y otra
ventana en piso alto. Conozco
Toronto a través de su relato,
(lo puse en un poema, la di por conocida).
Mi padre viaja por trabajo.
Por el trabajo que es vivir,
mi padre viaja. A nosotros
nos hace sentir quietos
casi inmóviles
tanto despliegue paterno
incluso a sus setentaipico.
A contrahora nos llegan las imágenes
y nos decimos ¿todo bien?
¿el trabajo? ¿el avión?
¿Es correcto que estemos
siempre acá donde estamos?

 

CAMINAN SIETE CUADRAS HACIA EL SUBTE

Van mis hijos unos metros adelante. La vereda
se irisa, decrece, distrae
y hay columnas, la pared, el árbol.
Los hermanos se ríen de las cosas:
de las cosas propias que son cosas del mundo.
Ella lo empuja con el brazo, él
le encaja la cadera.
La bolsa con cerezas, el vano lemon pie
que les encomendé ya perdieron el aura
rozan los bordes
desafían los nudos
no hacen más que estar a punto de caerse.
Les miro las espaldas y calibro
esa certeza de que ahí van con todo:
mi ánimo, mi voluntad, mi corazón
las frutas y la torta. Los niños
olvidan la fragilidad de lo que llevan.

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Miguel Ángel Petrecca nació en Buenos Aires en 1979. Es poeta y traductor. Publicó, entre otros, El Maldonado (2007), La voluntad (2013), El recuerdo de una pared (2016), Pekín (2017) y Mastronardi (2018). Entre sus traducciones del chino se destaca la antología Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos (2011) y la antología de poemas de Xi Chuan, Murciélagos al atardecer (2017).  

SHHHH(1923)

Inválidos de guerra, gente
con perros y gatos, aspecto
de yoguis, que asienten despacio
cuando alguien hace una pregunta
y parecen a punto de responder
siempre con salidas inesperadas.
Algo como: no es el azar,
es el destino lo que convierte
a una persona común
en un pasajero
con un equipaje pesado,
y en la esquina hay siempre un uruguayo
que expone para un pequeño grupo
la situación del río de la Plata:
“Si los indios no son parte del problema…”
Sudando desnudo en uno de los baños
del Admiral’s Palace, ojos cerrados,
manos cruzadas bajo la nuca
pensabas en la novia abandonada
al pie del altar. Gente
lacónica: guardaparques
por ejemplo, que de aburridos
pasean de arriba abajo
por los caminos del único parque decente
(un decir) que le queda
a esta ciudad. Una apuesta
ha tenido lugar.
Un hombre ha dejado pasar
varios colectivos.
(Ninguno parece dejarlo bien).
Otro, tiranizado por un color,
ha bajado la cabeza. Oh tú
que pasas y miras:
por nada, nada del mundo,
por nada del mundo se te ocurra
abrir la bocota.

 

ALFILER

Los jóvenes ya no eran jóvenes según ciertos estándares.
Los viejos eran viejos para cualquier estándar.
Los niños se habían ido detrás de los perros.
Los buenos chistes se contaban con los dedos de la mano
y además no había nadie para apreciarlos.
(No tener secretos obliga a conversar en voz baja).
Como el agua y el aceite, dijo alguien, ¿pero qué quería decir?
Haber carecido de sentido alguna vez
era una etapa infaltable en el cursus honorum
de cualquiera que se preciara, la tragedia
de la incomprensión, sí, gozaba de prestigio
y era el preámbulo ideal para la apoteosis
que caía siempre al final sobre cada uno
dotándolo de un sentido, igual que una absolución.
Como el agua y el aceite, o como una amiga
que recorre todos las mercerías del barrio
buscando un tipo específico de alfiler
inhallable, usando una conversación
casual como pretexto para introducir
una palabra en la que pensó todo el día. 

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Rosario Aquebeque nació en Mar del Plata en 1991. Es poeta inédita.

EL BESO

La nieve se comporta así:
si cae en los charcos se ensucia
aplastada en las ventanas, gotea.

La nieve cae en silencio.
Algunas personas despiertan
y saben por el peso de la nieve
como una gran polilla blanca
sobre el techo.

Los copos caen diferente a las gotas de lluvia.
Cada cual transita su propio destino.
Unos son más tenaces.
Otros, indecisos, flotan
y los que caen quisieran flotar
pero ya están lanzados.

Cuando nieva las personas se levantan
y se asoman a todas las ventanas.
Ni ellas ni los copos saben
que es en cada uno lo mismo.

La nieve se comporta así:
los copos caen solos
recién al final se besan
y en silencio.

 

UN POEMA DE RUBÉN DARÍO

Todo lo que te ve pasar se oxida.
Hay una ofrenda en cada hoja caída. Y ¡ay!
¡ay! del rugido, del viento que te avala.

Hay revuelos de líneas. Estás acuarelada.
Y ay del regocijo
de encontrarte en las formas
de atravesar la tarde
como un descorrer de las cortinas.
Ay de entre tus dientes, el torcido.
Enternecido el viento, sopla.
Enternecido el viento, sopla
y enternecidas
las ventanas que encienden
tenuemente.

En nuestro crepitar de circunstancias
¡ay!
del regocijo de encontrar tu forma.
Todo vale en tu peso
el precio de verte
haber venido
ser y permanecer siendo
insistir, el capricho, lo adverso
la montaña, la roca
y el tiempo que nos pasa por los cuerpos
en la mutua ignorancia.

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Alejandro Crotto nació en Buenos Aires en 1978. Publicó los libros de poemas Abejas (2009), Chesterton (2013), Once personas (2015) y Francisco –un monólogo dramático (2017).

QUÉ ES EL AMOR

Supongamos que hay una escalera de oro:
tiene que haber entonces una hormiga
que sonríe y menea la cabeza.

Una gota de sangre cae en un vaso de agua
y mientras va de a poco abriéndose
caen una, dos, tres gotas más.

Algo adentro de algo,
algo al lado de algo,
algo encima de algo, con algo encima.

Lo que es muy grande y a la vez muy chico,
por ejemplo: una hormiga,
una naranja,
la luna.

Una semilla sueña adentro de un melón,
unos ojos abriéndose a unos ojos.

Y el agua se hace vino;
el vino, sangre.

Imaginémonos nosotros, cada cuerpo
y adentro el sol: una escalera de oro.

 

UNA CANCIÓN

Porque la luz del sol es lo que hace
que se hundan –rompiendo la piedra– las raíces,
los árboles están plantados en el cielo.

Así los vi este invierno, vi sus ramas
hundidas en el cielo azul.

Encontramos después un sapo seco,
muerto desde hace mucho.

Seguro su trabajo había sido
estar un poco en tierra, un poco en agua,
esconderse, buscar sus proteínas.

Y era eso, ahora. Cualquiera
hubiera hecho lo mismo que nosotros:
armamos una pila con ramitas y hojas
y pusimos al sapo muerto encima.

Mientras crecía el fuego,
cantamos para él una canción.


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