En ese libro excelente que es Crawl (1982), Héctor Viel Temperley escribe unos versos extraños: “…vengo de comulgar y estoy en éxtasis / aunque comulgué con los cosacos / sentados a una mesa bajo el cielo…”.
Más allá de su sorprendente irrupción, esos cosacos son en realidad una referencia específica al cuadro de Ilya Repin que ilustra este post: Los cosacos zaporogos le escriben al Sultán de Turquía.
Resumimos: El sultán de Turquía le escribió en 1676 una carta a un grupo de cosacos ucranianos (cristianos) conminándolos a que se convirtieran al Islam. La respuesta de los cosacos fue bastante directa: básicamente le decían al Sultán entre burlas y crudas expresiones, que declinaban la proposición. El pintor ruso Ilya Repin, a finales del siglo XIX imaginó y pintó la escena: los cosacos, sentados a una mesa bajo el cielo, responden la carta con un evidente buen humor general (al fondo, un personaje más viejo tiene cara de preocupación: al revés que los jóvenes desafiantes, sabe del sufrimiento que suelen traer las confrontaciones…)
Sin negar la importancia del surrealismo y otras fuentes, la referencia ilumina una de las raíces más importantes de la obra de Viel: la de un catolicismo combativo, revolucionario: un catolicismo a la León Bloy digamos, a quien por cierto se cita como epígrafe en Crawl:
“J’attends les cosaques et le Saint-Esprit…”
Van los versos de Viel, un poeta esencial:
(…)
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
aunque comulgué con los cosacos
sentados a una mesa bajo el cielo
y los eucaliptos que con ellos
se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras
del sur de la ciudad
-el vizcaíno
santa adela,
la elisa-
(a la sombra hay un loco, y hay un árbol
muy alto
y alguien dice “cristo en rusia”)
e insolado hablo al yo que está en su orilla,
ansío su aventura
en otro hombre,
y a la hora en que no sé si tuve esclava,
si busco a dios,
si quiero ser o serme,
si fui vendido a tierra o si amo poco,
sé que Él quiere venir pero no puede
cruzar –si no lo robo como a un banco
pesado de galeote-
esa balanza
que es tanta hacia ambos lados
atrancando mis puertas:
la abierta, marginal, no interrumpida
matriz sin cabecera
donde gateó la vida,
donde algunos gatean
y su alma sólo traga lo mismo que el mar traga:
aletas, playas solas e iguales, hombres débiles
y una pared espesa
de cetáceo y de fábrica.
(…)