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Dormir a cielo abierto, viajar al oeste, pasear de...

Dormir a cielo abierto, viajar al oeste, pasear de noche: la joven Sylvia Plath en sus diarios

por Macarena Balagué

En estos días se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Sylvia Plath. Pero no es exactamente el nacimiento, es decir el proceso de entrar-hacia-la-vida y su posterior permanencia en ella lo primero que aflora al evocar su nombre. Más bien todo lo contrario: en el imaginario popular, Sylvia Plath es una poeta que luchó contra la tristeza y la depresión, en constante insatisfacción, con torbellinos de emociones incontrolables que la invadían y la corrían del eje del vivir. Es su muerte –su modo de abandonar-la-vida–, lo que, en gran parte y lamentablemente, la ha hecho célebre.

Y, sin embargo, Sylvia Plath amaba la vida. La observaba minuciosamente, la registraba palabra a palabra y sensación a sensación en sus diarios, que llevó desde adolescente: a veces retirada en su habitación entre ensoñaciones y lecturas varias, otras veces jugando al sueño americano subida a unos tacos altos y con los labios pintados de rojo; intentaba asirla entre sus manos, estrecharla contra su cuerpo, volcarla en sus relatos y poemas. La obra de Plath es un encuentro constante con la vida, un encuentro que a veces es un choque violento, y otras –menos frecuentes– una brisa cálida y apacible que trae una calma pasajera.

“Podría terminar con el sonido monótono que me persigue: arrojar por la borda la vida, los sueños y las fantasías absurdas. Tictacs terribles, insidiosos: los odio. Medir el pensamiento, el espacio infinito, con engranajes y ruedecillas ¿Lo entiendes? ¿Quienquiera que seas, dondequiera que estés, puedes entenderme un poco, quererme un poco? A pesar de toda mi desesperación, de todos mis ideales, de todo esto… amo la vida. Pero es agotador”

De sus Diarios completos[1] esta vez me interesa rescatar a la joven Sylvia, la de los primeros años. Un lector despistado puede introducirse a las primeras entradas casi con desgano, esperando encontrar allí pensamientos adolescentes y frívolos, tentado de pasar las hojas hasta llegar a la parte más jugosa y macabra –asociada quizás al período inmediatamente posterior a su intento de suicidio en 1953, donde conoce a Ted Hughes–; pero la sorpresa es grande cuando, en vez de ingenuidad y superficialidad, nos encontramos frente a una mujer con fuertes ambiciones e ideas muy claras sobre qué es lo que quiere –y, sobre todo qué no quiere. Nos encontramos con una especie de Casandra que, ante la visión de su propio destino, le hace frente con determinación y madurez. Es como si, a pesar de no haber vivido aun, en su cabeza ya estuviera todo allí, en abstracto, presente y claro, pero aún no experimentado. Sin nubes, sin grises. Conteniéndose a sí misma por completo.

En estas primeras páginas no solo ensaya motivos y estilos que luego serán retomados o modificados en sus escritos posteriores, sino que también reflexiona sobre qué le significa escribir y el lugar central que quiere que la escritura ocupe en su vida:

“Tengo que retener algo, quiero detenerlo todo, detener esta broma descomunal y grotesca antes de que sea demasiado tarde, pero escribir poemas no parece servir de mucho”

Escribir, para la joven Plath, es registrar para evitar que los eventos se sucedan en una vorágine incesante, señalar, conocer lo primitivo y primordial, dar cuenta en detalle cada gesto y cada individuo. Dar sentido: ir al encuentro con la vida.

“A veces me invade un sentimiento de expectación, como si, por debajo de la superficie de mi comprensión, hubiera algo aguardando a que yo lo capte (…) Me invade este sentimiento, vago y difuso, cuando pienso en la prolongada adolescencia de nuestra especie: los ritos asociados al nacimiento, al matrimonio y a la muerte, todas las ceremonias primitivas, brutales, que se han adaptado a los tiempos modernos. Creo que casi era mejor la pureza bestial e irracional. Ah, hay algo ahí esperándome…Tal vez algún día, de pronto, se produzca en mí la revelación y descubra la otra cara de esta broma grotesca y monumental. Entonces me echaré a reír. Entonces sabré qué es la vida”

Con una precisión sorprendente y profética, señala el rol de mujer de y madre de familia como posible obstáculo –a esta altura, imaginario y aun abstracto– a su plenitud como autora y como sujeto. Dos polos –buscar al otro afuera y buscar la escritura hacia adentro– que durante toda su vida van a estar en pugna:

“¿De verdad me gusta escribir? ¿Por qué? ¿Sobre qué? Tal vez renuncie y diga: «satisfacer los deseos insaciables de un hombre y sus hijos me tiene ocupada. No tengo tiempo para escribir». ¿O preservaré esta maldita actividad y seguiré practicando? ¿Leeré, pensaré y practicaré? (…) Luego, al recordar los preciosos niños que duermen arriba pienso: «¿No es mejor abandonarse a los fáciles ciclos de la reproducción, a la presencia cómoda y tranquilizadora de un hombre en casa?»”

La figura masculina –y el modo ríspido en el que interactúa con su propia figura– es, desde las primeras páginas, explícitamente conflictiva, pero no desde el punto de vista freudiano y simplificador que muchas biografías proponen –donde la pérdida temprana del padre la deja inestable y en busca de afecto y reafirmación de un hombre, saltando de pareja en pareja, confundida–, sino sobre la base de una postura firme y una claridad sorprendentes: su pareja es su contrincante, y Sylvia quiere resistírsele y ganar, no sucumbir ante él.

“La única salida a mi situación actual, desde mi punto de vista, intentar mantener una parte de mi vida protegida y separada de la vida de mi futuro compañero y de todos los compañeros que llegue a tener. No solo soy celosa, también soy vanidosa y soberbia. No permitiré que mi vida quede supeditada a la de mi marido, encerrada en el círculo más amplio de sus actividades, alimentándome parasitariamente del relato de sus éxitos. Debo tener un espacio legítimamente mío, distinto del suyo, que tendrá que respetar”

            Con habilidad y soltura propia de lo anecdótico, distingue las limitaciones sociales e individuales que implican para ella ser mujer, la obligación de elegir un solo camino ante el destino: la madre y esposa pura o la prostituta lujuriosa, la musa pasiva y casada o la poeta activa, soltera y sola.

“Mi mayor problema, que nace de un amor propio elemental y egoísta, son los celos. Tengo celos de los hombres: Es una envidia sutil y peligrosa del deseo de ser activa y hacer cosas, de no querer ser pasiva y limitarme a escuchar. Envidio a los hombres la libertad física para llevar una doble vida, para dedicarse a su carrera y a su vida sexual y familiar. Tanto da que finja que dejo de lado mi envidia porque siempre está presente, insidiosa, latente (…). Pero las mujeres también desean. ¿Por qué tienen que quedar relegadas a la posición de quien controla las emociones, vida de los hijos, alimenta al espíritu como el cuerpo y el amor propio los hombres? Haber nacido mujer es mi tragedia. Desde el momento en que fui concebida quedé condenada a tener pechos y ovarios en lugar de pene y testículos, aquí la esfera entera de mis actos mis pensamientos y mis sentimientos quedará estrictamente limitada por mi feminidad inexorable. Sí, mi deseo ferviente de alternar con obreros, eros y soldados, con los parroquianos de los bares –de ser un personaje anónimo de la obra para escuchar y observar–, resulta imposible porque soy una chica, mujer por siempre expuesta al peligro de una agresión. El irreprimible interés que me inspiran los hombres y su vida a menudo se confunde con el deseo de seducirlos, o se interpreta como una invitación a la intimidad. Pero, por Dios, yo solo quiero hablar con todas las personas que sea posible y profundizar todo lo que sea capaz. Me gustaría poder dormir a cielo abierto, viajar al oeste, pasear libremente por las noches”

Mucho se ha dicho de su inestabilidad emocional y sus humores melancólicos, de su intento de suicidio y posterior terapia de electrochoques, de su relación turbulenta con Ted Hughes, temas sobre los cuales no me interesa detenerme ahora. Me interesa más asociar, a modo de homenaje, esa constante afluencia de sentimientos e imágenes, esa fuerza que es a veces desborde, con el fluir constante del agua de una cascada: con esas formas ondulantes que no son sólo un hecho de la naturaleza sino también caracteres de la psique, de la vida mental. Acaso la “locura” de Sylvia Plath es esa batalla y fortaleza constantes por componer y recomponer la delgada línea entre el constante fluir de su calamitoso mundo interior y el mundo del afuera, necesario para su vida y para su obra, pero también una posible amenaza para ambas.

“Te condenaron porque estás loca, así de simple. Porque el miedo ya está presente: Lo ha estado desde hace mucho tiempo; el miedo de que todos los contornos, las formas, los colores del mundo real que con tanto sufrimiento y amor has reconstruido puedan disiparse en un momento de duda y apagarse de repente como la luna en el poema del Blake “

Roberto Calasso señala en La locura que viene de las ninfas[2] que, a nivel etimológico, nymphe significa tanto “muchacha lista para las bodas” como “fuente”. Y que, a diferencia de lo apolíneo, relacionado con el dios masculino reinante y omnipotente, que divide y separa con mesura, que posee y gobierna sobre unidades distinguibles e independientes, las ninfas, al contener en sí la verdad en bruto, reúnen en un solo cuerpo elementos opuestos. Claridad y oscuridad, devastación y salvación, y no existe contradicción alguna en que estos elementos sean simultáneos. En el aniversario de su nacimiento me gustaría pensar en Sylvia Plath como una ninfa que lo contiene todo, una joven que es madre y esposa, pero que es también una escritora prolífica y una fuente cuyo torrente de imágenes y sentimientos no cesa. Y, sobre todo, y al igual que las entradas más tempranas de sus diarios, una unidad que contiene, sin saberlo, su destrucción y su salvación.

[1] Plath, Silvia. Diarios Completos – Ediciónde Karen V. Kukil-, Editorial Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 2018.

[2] Calasso, Roberto. La locura que viene de las Ninfas (T. Ramirez Vadillo & V. N. Previo, Trads.). Sexto Piso. Barcelona, 2008